miércoles, 20 de enero de 2016

TAMPOCO YO TE CONDENO.

Una muy antigua tradición interpretativa de este pasaje evangélico quiere que lo que Jesús escribía en el suelo, en silencio, eran los pecados de los acusadores. Pudiera ser. “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Ahí es donde Jesús desenmascara la pasión por acusar, por condenar. La razón de ser de esa pasión es siempre el desviar la mirada del propio pecado (la de los demás, y a veces, también la propia). Cuanto mayor sea la ansiedad por condenar a los pecadores, más grande es el agujero que uno tiene necesidad de tapar. Quien desea realmente el bien no acusa, no condena. A quien desea el bien le duele el mal, sin duda (por eso no se puede usar esta reflexión para decir que todo da lo mismo, y justificar el relativismo ético), pero también sabe que el único remedio al mal es la misericordia, que todos necesitamos, y que todos necesitamos siempre. Hasta el punto de que no hay mayor mal, en la clave del Evangelio, en el sentir de Jesús, que el de quien cree que no necesita esa misericordia, porque “cumple” con todo, y cree que puede tratar con Dios en clave de “méritos”, en términos de mercado. Creerse que Dios está en deuda con uno, pasarle recibo a Dios, ésa es tal vez la blasfemia contra el Espíritu Santo, porque es cerrarle la puerta a la gracia. Y ésa es la única deuda que Dios tiene con el hombre, porque ha querido tenerla. Que Dios no entra si la puerta está cerrada, y el hombre no quiere. El misterio más grande de la creación se llama libertad.
Pero al menor resquicio, Dios se cuela, entra. Y entra para curar, para abrazar, para curar abrazando, para perdonar. Dios no es un fariseo. Dios es el único inocente, y el único que conoce el corazón humano, y por eso su juicio es de misericordia. Dios es Dios, y por eso su justicia es idéntica a su misericordia. Y ha sido más necesario que nos revelara su misericordia que su justicia, para que no pensáramos ni por asomo que Él es como nosotros, y que tiene las mismas pasiones. “Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Si esos a quienes se les llena la boca diciendo a otros que están en pecado mortal tuvieran una sola gota de sangre cristiana, y les preocupara el mal del mundo un poco más que su propia vanidad, mirarían a Cristo. Mirarían a Cristo para aprender de Él, y para pedirle su gracia y su misericordia.
† Javier Martínez
Arzobispo de Granada
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