martes, 6 de diciembre de 2016

LA NAVIDAD ES PARA TODOS.

Nos hemos permitido colgar este bello relato de Navidad, además de que está escrito por una joven granadina alumna del Ave María, porque refleja perfectamente el espíritu de familia que tiene la Navidad. También le anima el deseo de compartirlo con todos nosotros, así que nos hacemos eco de su deseo.

El relato lo ha escrito Paula Domingo y ha recibido un premio en el Certamen de Relatos Navideños que todos los años se celebra en la Biblioteca Pública del Albaicín se titula. LA NAVIDAD PARA TODOS y lo podéis encontrar en la Edición del grupo Espacio en Blanco de Ave María Casa Madre de Granada del periódico IDEAL

LA NAVIDAD ES PARA TODOSEn la familia Wenkey hacía tiempo que no ponían el árbol de Navidad ni montaban el Belén. Se debía a que habían tenido hijos y no querían que los niños lo destrozaran todo. Así que los niños crecieron sin saber qué era la Navidad.
Cuando los niños llegaron a la edad de cinco años, sus
padres se decidieron por montar ese año las cosas de Navidad.
Era trece de Diciembre, día de montar el árbol. Los padres de los niños les explicaron de qué iba la Navidad, y lo de montar el árbol y el Belén. Y por supuesto les hablaron del niño Jesús.
A los niños les entusiasmó la idea, y estaban deseando empezar.

Manolo, el padre, sacó una caja alargada del armario y la puso en el suelo. Cuando los niños la abrieron se quedaron fascinados. Dentro de esa caja, ¡había un árbol! Sus padres les ayudaron a sacarlo de la caja. Ellos, algo extrañados, preguntaron:
- ¿Por qué el árbol está espachurrado?- preguntó confusa Mónica-¿No deb
ería haberse abierto al sacarlo de la caja?
- No hija, tenéis que desplegarlo vosotros-dijo Estela, la madre de los niños.
Les hizo mucha ilusión desplegar las ramas del árbol y colgarl
e las luces multicolores, las guirnaldas, los bombones - de los cuales desaparecieron unos cuantos por obra de Carlos-, las figuritas, y por último, una brillante y maravillosa estrella en la cima del árbol.
- ¡Qué bonito ha quedado! Me encanta, mamá- dijo Mónica con una sonrisa en la cara.
Aquella noche no les iba a dar tiempo a montar el Belén, pues ya era tarde y los niños debían acostarse. Ya en la cama imaginaron cómo podía ser el Bel
én. Mónica decía que era un pueblecito en el que todos le daban regalos a un niño muy especial que había nacido hacía más de dos mil años, en cambio, Carlitos pensaba que todo el mundo adoraba a un niño super inteligente. Lo cierto es que no sabrían exactamente lo que era tener un Belén hasta el día siguiente, así que se durmieron.

Cuando volvían de la guardería, iban cantándole a su madre un villancico que habían aprendido ese día, y su madre, cada vez que los escuchaba, sonreía y se sentía feliz.
Llegaron por fin a casa, corrieron hacia su padre y le pidieron que sacara el Belén. Manolo accedió al instante, pues él también tenía ganas de montar el Belén, ya que llevaba años sin hacerlo.

Abrieron un baúl y empezaron a colocar hierba en el suelo, cortezas secas, papel de plata, y poco a poco consiguieron darle la forma de un pequeño pueblo. Después prosiguieron colocando las figuritas. Era muy divertido, y estaba quedando bastante bien.
Los niños,
orgullosos de su gran Belén, invitaban todos los días a sus amigos para que vinieran a verlo, y todos los días alucinaban.
El día de Reyes por la noche no podían dormir, imaginándose el comedor lleno de regalos, pero ya les habían explicado que no vendrían si estaban despiertos, así que hicieron un esfuerzo por dormirse.

Por la mañana, se hartaron de desenvolver regalos, jugar, reir?

Había sido una Navidad magnífica, pero llegaba la peor parte: desmontar. Mónica, lloriqueando, le suplicó a su madre que no quitara el árbol, ni desmontara el Belén.
-Mamá, ¿por qué hay que quitar el árbol? ¡Yo no quiero quitarlo! No es justo, dejémoslo así siempre.
- Cariño, esto es sólo para Navidad. Si lo dejáramos perdería la ilusión el hecho de poner el árbol. En la vida hay cosas maravillosas que sólo lo son porque son efímeras.

Al principio pasaron los días muuuuy lentos, pero al llegar a Junio ya no se acordaban de nada
y, en un plis plas, ya era de nuevo Diciembre.

Volvían a estar muy contentos y alegres, porque la Navidad tiene un halo contagioso de felicidad, y además había pasado un año y sabían lo que tocaba. Ese año montaron primero el árbol y luego el Belén, pero todo el mismo día.
Mientras lo montaba, a su madre, sin querer, se le cayó un pastorcito al suelo y se le rompió una pierna, así que lo devolvió a la caja sin que lo vieran los niños. Todo estaba ya colocado, menos el pastorcillo roto, que ya no viviría ninguna Navidad más, porque donde lo ponía se caía y tiraba todo lo que había a su alrededor. Además, no era demasiado bonito un pastor sin pierna.

Cuando
hubieron cenado, Mónica se prestó para ayudar a sus padres para guardar las cajas. Mientras esperaba se puso a jugar al escondite con su hermano, y uno de sus escondites fue una caja grande que había en el salón. Tenía prisa por esconderse, pues su hermano contaba muy rápido hasta diez, así que entró de un salto, pero cuando cayó, se clavó algo. Era el pastorcito roto. Ella, sorprendida, cogió al pastorcito y exclamó:

- ¡Pero bueno! ¿Cómo se nos pudo olvidar este pastorcito?

Esto es imperdonable.
Mientras lo decía, se aproximaba al Belén para colocar al pastorcito. Lo intentó varias veces, pero siempre se caía, así que el único lugar donde pudo ponerlo fue apoyado en el pesebre, al lado del niño Jesús, donde todo el mundo lo podría ver y admirar, y fue sin duda el pastorcito con más suerte del Belén.

¡Qué felicidad le dio al pastorcito!

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